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Miradas sobre la Lengua

Elvira Narvaja de Arnoux: «“La lengua es la patria”, “nuestra lengua es mestiza” y “el español es americano”: desplazamientos significativos en el III Congreso de la Lengua Española»


Las expresiones que el título destaca (“la lengua es la patria”, “nuestra lengua es mestiza” y “el español es americano”) activan en los hispanoamericanos representaciones asociadas a distintos momentos de su propia historia. Son condensados ideológicos que facilitan las identificaciones identitarias, porque apelan al amplio imaginario colectivo nacional, al de esa nación fragmentada que debe ser restablecida por mandato de los próceres de la Independencia y que es “nuestra América mestiza”, en términos de Martí (Sorel, 1968: 304). En este trabajo[1] nos proponemos analizar cómo estos ideologemas[2] atraviesan diversamente los tres Congresos de la Lengua Española y se afirman en el tercero operando en su tránsito de desplazamientos semánticos y proyectándose sobre otros referentes. Su eficacia discursiva se debe a que hacen aceptables esos cambios “significativos” convocando resonancias emocionales pretéritas.

Para la explicación de esos desplazamientos, que consideraremos en la segunda parte del artículo, es necesario abordar antes la problemática de las políticas lingüísticas de áreas idiomáticas, en su tensión y ajustes con los requerimientos de las integraciones regionales, los estados nacionales y la globalización. A ello nos dedicaremos en la primera parte del trabajo, ilustrado con el III Congreso Internacional de la Lengua Española. Nos inscribimos, así, en un campo de reflexión glotopolítico[3] atento al estudio de las ideologías lingüísticas[4] en relación con los procesos sociales y económicos en los cuales emergen, que son los que explican no solo su aparición sino también sus filiaciones, desplazamientos y posiciones en conflicto. Los materiales utilizados en el presente estudio son las palabras de los participantes a los congresos de la lengua española y notas periodísticas referidas a estos, pero aquellos pueden extenderse, según los requerimientos de las investigaciones que se realicen, a los instrumentos lingüísticos (gramáticas, diccionarios, artes de escribir, manuales de estilo, textos de enseñanza de la lengua) y a ensayos de diverso alcance que tematicen el lenguaje y las prácticas discursivas con él asociadas. El interés por la articulación de los textos con las condiciones sociohistóricas de producción lleva a apelar a recorridos propios del análisis del discurso, en este caso, a privilegiar los entornos de los segmentos sometidos a estudio y sus posibles reformulaciones.

 

 

I

 

III Congreso de la Lengua Española

 

Este evento se realizó en la ciudad de Rosario, en Argentina, entre el 17 y el 20 de noviembre de 2004. Como en los anteriores, aunque más acentuadamente, se manifestó la importancia política asignada a la lengua —incluso su carácter de cuestión de Estado, fundamentalmente para España—, reforzada por la presencia de los reyes, de numerosos funcionarios y de las autoridades argentinas. El entrevisto —y, también, explorado— potencial económico de la lengua se evidenció, por un lado, en el peso otorgado por el Instituto Cervantes a la enseñanza del español como lengua extranjera y a la elaboración de certificados que consagren su dominio, y en las remisiones a la red exterior organizada por el Ministerio de Educación y Ciencia de España a través de dieciocho consejerías para la promoción de la lengua y cultura españolas; por el otro, ese potencial económico se mostró en las múltiples referencias al apoyo de las empresas españolas, fundamentalmente Repsol y Telefónica[5] —esta última participó como panelista—. Asimismo, se insistió en el panhispanismo institucional asentado en la red de academias dirigida por la RAE —“La unión de las 22 academias ha sido el mayor logro de estos años”, en palabras de García de la Concha, (ABC, suplemento del 16/11)—; como resultado de esta política se presentó el Diccionario panhispánico de dudas.

Su carácter de congreso oficial se destacó, además, por la existencia de un congreso alternativo, paralelo o contestatario: el Congreso de laS lenguaS, que insistió en la diversidad lingüística, el derecho de las minorías y que interpretó el logo del congreso (una e minúscula que podía verse como una cara de perfil y, saliendo de ella, el símbolo identificador de la “eñe” que parecía una lengua) como “sacar la lengua” permitiendo, además, gracias al doble valor de “sacar”, el paso de “burlar” a “despojar”. El sujeto o el agente de las acciones podían remitir tanto a España como a la monarquía o a los organizadores del congreso. Lo interesante es que el tema de la diversidad, el contacto, el mestizaje, el culto a las variadas voces y estilos es tan dominante socialmente que fue también una de las grandes orientaciones del congreso oficial, que se reiteró notablemente, como veremos, en las disertaciones y que ya estaba expuesto esquemáticamente en el diseño del programa: en la sección I, “Aspectos ideológicos y sociales de la identidad lingüística”, dos de los paneles trataban acerca de “El español y las comunidades indígenas hoy” y “El castellano y las otras lenguas de España”. La única voz discordante —políticamente incorrecta— fue la de Gregorio Salvador, vicedirector de la RAE, moderador de la mesa redonda plenaria “Identidad y lengua en la creación literaria”, que propuso, alterando incluso las posibilidades de intervención propias de su función —como consigna El País del viernes 19— “una lengua sólida hablada ‘por cuanta más gente mejor’ y eliminar las lenguas minoritarias a favor de una lengua única y poderosa”. El mismo diario señala que así se opuso a “la idea de identidad y diversidad que defendió el escritor y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, que fue la tónica general del congreso[6]”.

Esta “tónica general” exaltadora de la diversidad debe ser comprendida, por cierto, en relación con el actual proceso de globalización. Este requiere —tal vez, como una etapa— la conformación de integraciones regionales, que, al competir entre ellas, aseguren el dinamismo económico e impongan, al mismo tiempo, cierto orden en las poblaciones propias. Pero, para avanzar en la conformación de ese espacio, deben desgastar las viejas fronteras nacionales y establecer otras nuevas a partir de variables como las lenguas, sobre todo las minoritarias o las que los Estados habían minorizado en su marcha hacia la homogeneización lingüística y cultural. Es necesario hacer visible la diversidad para reestructurar el espacio, de allí la orientación dominante a la que nos referimos.

 

Las políticas lingüísticas de área

 

En los ajustes y desajustes entre lo global, lo regional, lo estatal y lo local intervienen tanto las políticas lingüísticas de áreas idiomáticas, las de las nuevas integraciones regionales y las referidas al establecimiento de una lengua mundial, como las de lenguas no oficiales, minoritarias o locales. Y en las discusiones acerca de la defensa o del destino de las lenguas se pueden entrever las relaciones de fuerza relativas en cada etapa. Para ello es necesario analizar la dimensión ideológica de los discursos sobre las lenguas, es decir, considerarlos como índices que desvelan y, al mismo tiempo, como entramados que ocultan, operando por condensaciones y desplazamientos, las situaciones a las que sirven o las posiciones que expresan.

Las políticas lingüísticas de áreas idiomáticas se caracterizan por formular una aspiración postcolonial de gestión democrática de la lengua compartida que, en el caso del español, lleva al refuerzo de la red de academias nacionales, a la consideración de las distintas variedades y situaciones de contacto y a la participación en la elaboración de los instrumentos lingüísticos —particularmente, gramáticas y diccionarios— de científicos provenientes de distintos países del área. Asimismo, son políticas que explotan el potencial económico de las lenguas, vinculando el mundo académico al empresario a través tanto de lo que, en términos generales, se designan como industrias de la lengua como de las propuestas de enseñanza (cursos, material didáctico, certificados de competencia lingüística). Como la lógica mercantil tiene un peso grande, inversiones y beneficios corresponden, en realidad, al país que ocupa la posición más ventajosa. Al respecto, Jorge Urrutia (suplemento La Nación, 16/11) afirma que “Las industrias culturales vinculadas con la lengua, en España, significan el 17% del PBI”; y Gustavo Druetta, consejero cultural y educativo de la embajada de Brasil, señala:

 

España viene expandiendo a pasos agigantados la acción de su Instituto Cervantes como punta de lanza de las editoras de libros de enseñanza: si hasta este año el Cervantes sólo operaba en San Pablo y Río de Janeiro, en los próximos dos años funcionarán sucursales en Curitiba, Florianópolis, Porto Alegre, Salvador de Bahía, Belo Horizonte, Recife y Brasilia. Desembarco preparado por instituciones privadas que compiten por un sustancioso mercado del idioma español (Clarín, 15/09/2005).

 

Sin embargo, para que las acciones sean más eficaces debe abrirse a la participación controlada de los otros integrantes: el mismo Instituto Cervantes, por ejemplo, ha propuesto recientemente la futura participación, en nuevos centros, de hispanistas de otros países; realiza, además, acuerdos para los certificados de lengua y señala que las tareas de la enseñanza del español en Brasil —se reitera enfáticamente que se necesita un número importante de profesores de español— deben ser compartidas.

Plantear la política lingüística respecto del español como política de área sirve para no dar lugar a las diferencias que pudieran aparecer como producto de intereses nacionales o regionales contrapuestos a los dominantes, o de situaciones particulares con sus exigencias propias, como la necesidad del Mercosur de un bilingüismo español/portugués. Esto fue interpretado por algunos órganos de prensa como una paradójica ausencia de discusiones glotopolíticas en un congreso de este tipo. Por ejemplo, en Le Monde Diplomatique en la edición en español aparecida en Bolivia en enero de 2005, la periodista Mariana Saúl se asombra:

 

En un encuentro que lleva como consigna “identidad lingüística y globalización”, el tema de las políticas lingüísticas no debería evitarse, sin embargo en el III Congreso Internacional de la Lengua Española el espacio que se le dedicó fue muy reducido.

 

En realidad, lo escaso fue la discusión política sobre las acciones lingüísticas, no la omnipresencia de una clara política lingüística de área, sostenida por España y sensible a las políticas europeas.

Por otra parte, en relación con la visibilidad reciente y el dinamismo de las áreas idiomáticas no debemos olvidar que resultan no solo de las estrategias expansivas de países centrales o del deseo de muchos de reforzar la lengua propia sino también de la tendencia a que la industria editorial como la audiovisual –música, cine, televisión, informática- se concentre en cada vez menos transnacionales que deben considerar para su comercialización las regiones lingüísticas[7]. Para esta función España está bien posicionada: sirvió de puente para la compra de las empresas editoriales latinoamericanas y exporta seis veces más títulos que Argentina y México juntos.

 

Un poco de historia

 

Las actuales políticas lingüísticas de área se inscriben en un largo proceso ligado a las transformaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial y deben ser comprendidas en la compleja dinámica que afecta, entre otros, al espacio de las lenguas.

Después de la conferencia de Yalta, el inglés y el ruso se asociaron con las áreas de influencia planetaria de Estados Unidos y la Unión Soviética. La lucha por imponer una u otra como lengua mundial se expresó en las zonas dominadas o aliadas y en la elaboración de métodos para su enseñanza como lenguas extranjeras. Con la caída del campo soviético, el inglés adquirió —como sabemos— una indiscutida importancia, reforzada por el desarrollo de los medios de comunicación y de la tecnología informática, y se impuso como lengua de la economía, de las relaciones internacionales y de algunas investigaciones de punta. En relación con ello se desarrollaron variedades minorizadas de dicha lengua aptas para desempeños en aquellas áreas.[8]

Otras lenguas occidentales ejercieron medidas “proteccionistas” en sus zonas de influencia y reforzaron los lazos culturales entre países vinculados por la lengua —muchos de ellos, antiguas colonias—, que derivaron fácilmente en definiciones políticas e, incluso, económicas. El caso más destacado es el de la francofonía. El español también —desde, sobre todo, los años noventa, a comienzo de los cuales se crea el Instituto Cervantes— se encaminó hacia la política de área idiomática, reforzó los vínculos académicos y encaró enérgicamente la elaboración de instrumentos lingüísticos que contemplaran esa dimensión del español: la Gramática descriptiva de la lengua española (1999)[9] inició esta etapa que tendrá dos hitos importantes en el Diccionario panhispánico de dudas y en la edición de la Gramática académica y de los compendios escolares. Los congresos de la lengua española, de los cuales el primero es el de Zacatecas de 1997, se inscriben, como señalé, en este recorrido que asume una dimensión más política en las periódicas reuniones de presidentes de países iberoamericanos y en la organización que los nuclea.

Las políticas lingüísticas de área se despliegan e intervienen en esta etapa de la economía mundo, en la cual los estados nacionales y las competencias entre ellos no son más el motor económico principal, sino que se requieren integraciones regionales que, como los antiguos estados, se ubican en distintas posiciones (centrales, secundarias o periféricas), y las centrales y secundarias luchan y llegan a acuerdos —“objetivos comunes”, como se designan actualmente— por el dominio de la periferia. Estos fenómenos llevan a que, además de las políticas lingüísticas de área, existan las propias de las integraciones regionales (Arnoux, 2002), que resultan tanto de las necesidades de su consolidación como de su relación con las otras y de su posición en el proceso de globalización. Por otra parte, como los estados nacionales no han desaparecido, se despliegan en el espacio de la lengua, con mayor o menor vigor según su importancia relativa, políticas que remiten a él. Un ejemplo reciente es la lucha por la oficialidad del inglés en Estados Unidos, en la que se exacerbó un modo de nacionalismo excluyente, y la reducción en varios estados de los programas educativos bilingües. Otro es la débil política de Francia, cuyo centralismo lingüístico respecto de sus lenguas minoritarias —problema que tuvo que abordar respondiendo a la imposición de la Unión Europea— tiene una respetable tradición; la estrategia de reconocer nada menos que 75 lenguas (Cerquiglini, 1999) vuelve difícil la implementación de programas de cierto alcance que las consideren a todas.

Las políticas lingüísticas efectivas en el mundo actual son, así, resultado de tensiones y acuerdos entre requerimientos de los estados nacionales, de las integraciones regionales, del proceso de globalización, con su juego entre lo global y lo local, y de las zonas interiores de los viejos estados. Las políticas en relación con áreas idiomáticas atienden a unos o a otros según situaciones e imperativos diversos. Si bien aparecen ligadas a un centro de mayor poder económico, al que en términos generales sirven, el sentido histórico de su implementación varía según circunstancias vinculadas fundamentalmente con las relaciones de fuerza entre integraciones regionales y dentro de ellas.

 

El español en las integraciones regionales

 

 En la península, con la apertura democrática posterior a la muerte de Franco, el castellano enfrentó su relación con las otras lenguas. El reconocimiento oficial de estas fue estimulado, más allá de una necesaria reivindicación histórica, por la tendencia a desarrollar las lenguas minoritarias, particularmente las que vinculaban dos o más estados (España, Francia, Andorra e Italia con el catalán; España y Francia con el vasco, y, aunque de manera diferente, España y Portugal con el gallego), para preparar una posible Europa de las regiones. Con el ingreso a la Unión Europea, el Estado español fue adquiriendo un “insólito crecimiento económico”[10] no solo por el apoyo que recibió sino fundamentalmente porque las empresas españolas se convirtieron, en la última década, en los principales inversores europeos en América Latina, a lo cual no fue ajena la lengua compartida, que más de una década antes había facilitado también la expansión de la industria editorial española[11].

Los países hispanoamericanos, por su parte, o participan en una integración periférica (Mercosur) o son el sector subalterno de una integración central (el Nafta) o son aspirantes a integrar una u otra o una tercera, la Integración Continental, de las Américas, o Nuevo Panamericanismo. Esta situación de debilidad se expresa en las dificultades para diseñar e implementar las políticas lingüísticas que corresponden tanto para el fortalecimiento de la integración de la que son miembros o de su posición en la misma, como para la expansión externa de la lengua. En el Mercosur, en el que, si consideramos las lenguas mayoritarias, se deberían desarrollar diversas formas de bilingüismo español-portugués, nos encontramos con una explícita y enérgica voluntad de Brasil dentro de sus fronteras para establecer las bases que lleven a ello[12] y una marcada indiferencia de los estados hispanoamericanos. En el caso del Nafta, México se conforma con el peso natural de la masa de hispanos en Estados Unidos, pero no elabora políticas de envergadura ni en relación con ellos ni con los anglófonos, mientras la política norteamericana no duda de la anglización planetaria, aunque internamente vacila entre reforzar en el campo educativo el inglés o abrirse al español, no solo por la importancia de la población hispana sino entreviendo la integración continental. De cualquier manera, como los hispanohablantes constituyen un sector nada desdeñable de consumidores, sobre todo a partir del tratado de libre comercio, las empresas estadounidenses avanzan enérgicamente en el campo editorial[13] y audiovisual en español.

Las políticas lingüísticas respecto del español no son encaradas, entonces, por los países hispanoamericanos, sino por España, que lo hace, obviamente, en función de sus intereses nacionales y los de la integración de la que forma parte. De allí que el planteo de una retribución en relación con el portugués, que serviría políticamente a los países sudamericanos, hecha por Juan Luis Cebrián en el III Congreso Internacional, haya sido un gesto aislado ya que, en el marco de la península, no está resuelta la relación portugués-gallego y, en relación con América, a España y posiblemente a la Unión Europea no les convenga una consolidación del Mercosur sobre bases que superen el simple acuerdo mercantil y tiendan a un activo conocimiento del otro.

 

 

II

 

Las políticas de áreas idiomáticas necesitan, para su desarrollo, construir un imaginario de lengua compartido, para lo cual apelan a pocos datos —a menudo, estadísticas eufóricas— que se reiteran, y a condensados ideológicos que, como señalé en la presentación, son desprendidos de las condiciones históricas que los generaron y proyectados a nuevas situaciones.

Me referiré, entonces, en esta segunda parte a los tres ideologemas señalados en el título, que se articularon en el III Congreso aunque estuvieron presentes, con diverso énfasis, en los otros dos.

 

La lengua es la patria

 

El congreso de Zacatecas de 1997 tuvo por tema “La lengua y los medios de comunicación”, entrada propicia para hacer visible la unidad del área a pesar de sus variedades, ya que en los medios gráficos e, incluso, audiovisuales circula una modalidad estándar. El reconocimiento de la unidad y la voluntad de acentuarla se expresan en el discurso del rey, que retoma las palabras de Rafael Lapesa: “leernos mutuamente, escucharnos unos a otros, vernos recíprocamente, actuar en nuestro ejercicio de la lengua oral, una y múltiple”. Los medios cumplen, en este sentido, una función central afirmada en los avances tecnológicos que inciden en el alcance tanto de los medios gráficos como de los audiovisuales. Si bien se acepta que constituyen un espacio de notable dinamismo en la renovación del idioma, el primer congreso plantea el problema de la norma a partir del fantasma de los neologismos descontrolados, no aceptados en toda el área, o la invasión de préstamos del inglés sin la adecuada y regulada castellanización. Las expresiones “defender la norma”, “el cuidado de la lengua”, “el riesgo de la avalancha de barbarismos”, reiteradas en este primer congreso, aluden a ello. Estas preocupaciones explican, por un lado, el escándalo producido por el discurso de Gabriel García Márquez (“jubilemos la ortografía”) que, en realidad, implicaba un avance en la reflexión: para la expansión del español es conveniente una simplificación de la ortografía. Y explican, por otro lado, la propuesta de textos normativos (libros de estilo) unificados para los periódicos, del diccionario panhispánico de dudas y de una gramática académica. Estas preocupaciones normativas van a ir desapareciendo de los discursos de los posteriores congresos, a la vez que las academias trabajan enérgicamente en la elaboración de los textos señalados. Lo que se acentúa es el reconocimiento de la unidad, más allá de los instrumentos lingüísticos destinados a sostenerla.

Para fortalecer con su carga emocional la unidad proclamada aparece, en relación con el español, “La lengua es la patria”, que es el título de la alocución de Belisario Betancur, ex presidente de Colombia. Si bien ancla en la memoria de la Independencia —uno de cuyos núcleos programáticos era el de tender a constituir una confederación de países hispanoamericanos apelando al imaginario nacional—, esta primera aparición ya opera deslizamientos que hacen posible la futura despolitización y desterritorialización —o el no remitir a territorios definidos políticamente como en el caso de las naciones o de la integración pensada por Bolívar. Betancur dice:

 

Nuestra lengua se constituirá en el siglo XXI en el instrumento político por excelencia de la integración, dentro del sueño de la Comunidad Iberoamericana de Naciones que alentamos desde el Congreso Anfictiónico de 1826 en Panamá, convocado por aquel soñador que fue Bolívar.

 

Se desliza del pensamiento de la integración hispanoamericana —de la cual España estaba excluida— hacia un espacio mayor, pero no se detiene en Sudamérica o Latinoamérica, sino que pasa a Iberoamérica, lo que permite la inclusión de la península y articular la propuesta lingüística con la política iberoamericana, y obvia —lo que en un congreso de la lengua no es fácil— la diferencia español-portugués. Por su parte el “nosotros” puede remitir tanto a los hispanoamericanos como a los latinoamericanos o a los hispanos en general. Con esta última remisión debe interpretarse la afirmación de Víctor García de la Concha, director de la RAE, aparecida en El País (07/09/2000): “Es realmente emocionante cómo la lengua está sirviendo de lugar de encuentro y no solo de canal de comunicación. La lengua nos hace patria común en una concordia superior”.[14]

En el Congreso de Valladolid, realizado entre el 16 y el 19 de octubre de 2001, el tema “El español en la sociedad de la información” facilita integrar “virtualmente” en la comunidad lingüística a todos los hablantes del planeta. En el discurso del rey aparecen: “el idioma español es el patrimonio común de más de 400 millones de personas repartidas por el mundo”, “seña de identidad de 400 millones de personas”, “esa vasta comunidad de personas”. Pero, notablemente, profiere un enunciado que tiene los ecos del discurso de Renan acerca de las naciones[15]: “gran comunidad de la que todos formamos parte, unida por la común posesión del gran legado del pasado y la voluntad de proyectarlo en el futuro”. Se pone en juego otra vez la misma estrategia: proyectar las emociones nacionales vinculadas con unidades políticas a la amplia comunidad hablante; el paso por el conocido discurso de Renan permite activar el ideologema que sostiene este fragmento.

En el mismo sentido de una integración que elude anclar en un espacio político y territorial, y desde una perspectiva económica, Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, señala como uno de los “activos” que la comunidad hablante de español “está dispersa por varios continentes y es más homogénea en sus aspectos sociales y culturales que ninguna otra comunidad lingüística”, y asocia claramente lengua, cultura y mercado —la comunidad es económica—: los hablantes de español “comparten un sistema de valores y de modos de vida y constituyen también un vasto mercado de productores y de consumidores, que está llamado a convertirse en uno de los mayores del mundo en los próximos años”.

El paso de la sociedad política a la comunidad es retomado en el Congreso de Rosario, cuyo tema es “Identidad lingüística y globalización”, por Claudio Guillén apelando a las conceptualizaciones de Tönnies[16]: “Nos espera el conocimiento progresivo y la potenciación no de una construida sociedad política, sino de una comunidad basada en una lengua feliz, libre y espontáneamente compartida”. El rey sintetiza apelando a Platón: “‘Ciudad de palabras’ llamó Platón a la comunidad política que se construye sobre la base de una convivencia de cultura compartida”. Se ha pasado, entonces de la sociedad política de Bolívar a la comunidad de palabras platónica.

Pero, sobre esa comunidad no definida políticamente, sino ligada por la lengua y su potencial económico, es necesario seguir volcando tonos emocionales capaces de estimular identificaciones heroicas. “La lengua es la patria” reaparece, en Carlos Pereda, al explorar los aspectos subjetivos de lo nacional:

 

La lengua es también otra de las patrias pero que está ahí, en los significados y colores de las palabras, en la música de la gramática, en el conciente o inconsciente asumir discursos que, en ocasiones, festejan e iluminan y, en otras, nos agobian, nos intoxican. Como todas las patrias, la lengua cobija y ordena, protege y compromete, pide sacrificios y, a veces, con la rigidez de sus identificaciones y contraidentificaciones, empuja al abismo.

 

Es evidente la tradicional referencia a los dobles atributos materno —que protege— y paterno —que exige— de la representación de “patria”,[17] base necesaria de sostén de los gestos nacionales, pero ahora referida a la comunidad de hablantes.

 Por su parte, Juan Luis Cebrián participa en la estrategia de anulación de las perspectivas políticas ancladas en la historia y recortadas por el territorio, aunque lo haga también desde una posición progresista: “Tenemos que aspirar a que mexicanos, argentinos, bolivianos o chilenos ocupen cargos importantes en el Instituto (Cervantes) porque la lengua es la verdadera patria de todos los que la hablamos” o “[…] nuestro idioma, patria común de nuestros sueños, nuestras razones y nuestros sentimientos”. Glosando a Marx (1963) podemos decir que el trabajo de la ideología se muestra en que las nuevas tareas que la sociedad exige se realizan con los ropajes del pasado.

Como vemos, las políticas de áreas idiomáticas requieren la construcción de un imaginario colectivo donde la dimensión emocional permita las identificaciones; de allí el recurrir a los sentimientos asociados con la patria. Pero esta debe ser despojada de los atributos tradicionales de la forma nación —particularmente, territorio y soberanía política— y asociarse con una comunidad hablante “global”, que no remita a un Estado nacional concreto. Ahora bien, esta construcción de una identidad definida por la lengua puede dejar de lado poblaciones importantes que viven en distintas situaciones de bilingüismo y que forman parte también del “activo”, en términos económicos, que constituye el estímulo más fuerte de las políticas de área. Hay que dar, entonces, un paso más allá de la simple aceptación de las variedades y admitir juegos más complejos del español con otras lenguas, entre otros, los de los hispanos de Estados Unidos, cuya importancia se destaca insistentemente. Se desarrolla así el otro ideologema, dominante sobre todo en el congreso de Rosario: “Nuestra lengua es mestiza”.

 

Nuestra lengua es mestiza

 

El Congreso de Rosario insistió en ello. Esto aparece claramente en la lectura que los medios gráficos hicieron de las ponencias: “La palabra más dicha es lengua seguida por mezcla y mestiza” (El País, 19/11); “[…] han dicho aquí hasta el cansancio que así como ella ha pervivido por el mestizaje con otras lenguas, también perdurará y se expandirá por imbricación continua con otras culturas” (José Claudio Escribano, La Nación, 20/11); “Hubo reiteradas coincidencias en destacar el mestizaje como una de las cualidades más valiosas del español” (La Nación, 21/11). La valoración del mestizaje no había sido la misma en el primer congreso, preocupado por la norma y en la que lo territorial todavía afloraba; en ese momento Santiago de Mora-Figueroa, marqués de Tamarón, director del Instituto Cervantes había señalado:

 

Los lingüistas nos enseñan asimismo que es prácticamente la única de las grandes lenguas internacionales de la que apenas se han derivado esas lenguas mixtas que ellos llaman pidgin o sabir. Pues bien, ello se debe en gran medida a su arraigo en un territorio de gran continuidad espacial, lo que favorece la unidad sin poner en peligro la riqueza y la variedad.

 

Es decir, que su virtud en ese momento no era el mestizaje.

Mestizaje permite en el Congreso de Rosario deslizamientos varios. En algunos casos, se proyecta lo racial de los hablantes sobre la lengua. Carlos Fuentes, en su conferencia, dice: “Descendemos del gran flujo del habla castellana creada en las dos orillas por mestizos, mulatos, indios, negros, europeos”.[18] En otros casos remite a los préstamos. El mismo Fuentes afirma: “El español ofrece al mundo globalizado el espejo de hospitalidades lingüísticas creativas, jamás excluyentes, nunca desdeñosas”. En otros, se extiende a la diversidad cultural que el español recorre y ha recorrido. En palabras del rey: “Todos y cada uno de los contactos con otras lenguas y culturas han ido depositando en la lengua española marcas de mentalidades, costumbres y sensibilidades distintas”; y en las de Ernesto Cardenal: “No es la ‘pureza’ sino el mestizaje del lenguaje la razón de ser de cada pueblo. ¡Toda cultura es intercultura!”. José Manuel Blecua, por su parte, ancla mestizaje en la tradicional relación con las culturas aborígenes: “Se derrumbó la teoría de la uniformidad de la lengua, que dejó a un lado las culturas aborígenes; desde entonces se maneja la tesis de una cultura mestiza” (Clarín, 19/11). La misma perspectiva adopta la subsecretaria de cultura de la Argentina: “El programa del congreso permite reivindicar los valores de las lenguas originarias, en un principio avasalladas por el español de la conquista; el mestizaje que, más allá del conflicto que siempre conlleva, encarna en la lengua española —como ha expresado Octavio Paz— la apropiación intelectual de otros mundos” (suplemento de La Nación del 16/11). Si nos centramos en el terreno lingüístico, mestizaje puede remitir a variedades, como parecería hacerlo en varios de los entornos en que aparece, o al contacto con otras lenguas y, en este último caso, o a los dialectos de frontera o al bilingüismo de algunos hablantes, o al plurilingüismo del área en la que el español es dominante. Encontramos, así, referencias a las medias lenguas (“Las medias lenguas que aparecen en zonas de frontera —como el portuñol que se da en Brasil y el spanglish en Estados Unidos— demuestran la existencia de sistemas lingüísticos periféricos, pero estas lenguas deben ser consideradas” (Francisco Moreno Fernández); o a la identidad bilingüe de los hispanos (“‘Nuestra lengua materna es el bilingüismo’ como afirman muchos chicanos” señala Rainer Enrique Hamel). El rey reitera y sintetiza estas posibilidades: “Una voz, en suma, plural y polifónica, compuesta de muchas voces. En correspondencia con ello, nuestra identidad lingüística es la suma convergente de muchas identidades” y “No se puede olvidar que la comunidad hispanohablante añade al patrimonio de la lengua común la riqueza del plurilingüismo”.

¿Por qué esa exaltación del mestizaje en lugar de la preocupación por la pureza normativa del I Congreso Internacional? No parece expresar una política defensiva, que considere en el entramado de lenguas en contacto una barrera para el inglés —este no es un tema relevante en el III Congreso Internacional—. No es un reconocimiento tardío de las lenguas aborígenes —tradicionalmente, la América mestiza remitía a ese vínculo—, aunque aflore como expresión de la buena conciencia en algunos discursos; ni un apoyo a los bilingüismos peninsulares, ni surge de un interés por los vínculos entre el español y el portugués. Lo que está en juego, en realidad, es la relación con el inglés pero en el marco de una política globalmente expansiva. De allí las múltiples referencias a los hispanos de Estados Unidos, a sus cambios de código, a su doble identidad lingüística. Ahora bien, más allá del interés económico que esta población representa, lo que se evalúa es un tipo de relación con el inglés —complementariedad, sumisión, aprovechamiento de su importancia actual— que pueda posicionar al español internacionalmente. Por ello es importante el tercer ideologema que hemos seleccionado: “El español es americano”, que se despliega al mismo tiempo que las políticas lingüísticas son diseñadas, financiadas e implementadas por España y las instituciones responsables integran, como señaló el director del I. Cervantes en Valladolid “un proyecto de Estado”. Esta aparente paradoja se explica por la función política de este ideologema.

 

El español es americano

 

En este caso se juega con la extensión que se le dé a americano: si se lo opone a norteamericano como es la interpretación habitual desde el sur, si se lo opone a otros continentes en su extensión máxima, o si remite a norteamericano como aparece en algunos usos europeos. En el Congreso de Zacatecas, el director del Instituto Cervantes opta por lo segundo y dice: “[…] el español es ante todo una lengua americana, un idioma que recorre casi todo el continente sin solución de continuidad, y que esa es una de las razones de su vigor, de su profunda coherencia y de su irresistible expansión”. Se abre así a los hispanos de Estados Unidos. Como en “la lengua es la patria”, se apela a una dimensión emotiva, anclada en la historia hispanoamericana, previa a la anexión de Texas y California por Estados Unidos. Y se recurre, entonces, a Andrés Bello resumiéndolo: “el español es la garantía de la identidad y de la unidad continental”, donde “continental” remitía al espacio sudamericano. La inclusión en “el español es americano” a Estados Unidos exige hablar de “nueva frontera”. El diario Clarín (20/11) es sensible a ello aunque observándolo como problema, fijado, posiblemente, en la vieja representación del resguardo de la pureza: “La situación de los hispanos en Estados Unidos, esa nueva frontera del español que en este siglo quiere consolidarse como lengua internacional, fue ayer la mejor imagen de los problemas que enfrenta nuestro idioma ante el inglés”. El sintagma nueva frontera asociado al español “lengua internacional” o “lengua global” es una operación común en los discursos de Rosario. Ángel López García, en declaraciones a Clarín (18/11), había dicho, aunque incluyendo a Brasil: “Estamos en el año cero del español como lengua global, somos 22 naciones que hablan el mismo idioma, pero hay una nueva frontera que podría ubicarse en los Estados Unidos y en Brasil, todo se juega ahí”.

 El reiterado recurso a la estadística va a permitir señalar que Estados Unidos es/será el segundo país hispanohablante después de México. Esto se inscribe en una estrategia de vincular el destino del español al del inglés, de presentarlas a ambas como lenguas americanas y futuras lenguas de la globalización, equivalentes en muchos sentidos, con ciertos atributos complementarios y, en algunos casos, compitiendo: “Con más de 350 millones de hablantes cuenta con el mismo número que el inglés”, “en los 21 países de uso oficial el 94,6% de la población habla español, a diferencia de lo que ocurre en el ámbito de la anglo o francofonía” (Rainer Enrique Hamel). “David Graddol asegura que en el año 2050 el castellano superará al inglés, lo hablará el 6% de la población mundial frente al 5% del inglés” (Juan Luis Cebrián). Esta perspectiva ya había aflorado en el Congreso de Zacatecas, destacando la posibilidad de una lengua universal no minorizada, como el inglés-lingua franca:

 

Ya se sabe que, por razones políticas y económicas, el inglés ha venido a ser la lengua universal. Pero ésta se ha transformado con frecuencia en una lengua vehicular, una lingua franca que no permite esa profunda comunicación a la que aludía anteriormente. El español, por su riqueza lingüística y cultural, por su extensión geográfica, acorde con la multiplicidad de pueblos hispanos e hispanoamericanos que lo hablan, parece situarse en mejor posición frente a un porvenir mundial muy incierto. [Agustín Redondo, Presidente de la Asociación Internacional de Hispanistas, Zacatecas).]

 

Pero es en Rosario donde aparece con insistencia:

 

Nuestra lengua encarna la dimensión socializadora y comunitaria que le falta al inglés, el idioma de la ideología wasp. No es verdad que existan cuatro o cinco lenguas mundiales. Existen el chino, el hindi, el árabe, el ruso y empieza a existir una coalición idiomática: el hispaño-inglés o anglo-hispano. [Angel López García.]

 

En ese sentido se expresa también Ivonne Bordelois:

 

Las cifras —de expansión del español— significan que, si exceptuamos el chino, el español es hoy en el mundo, si consideramos el número de hablantes en Estados Unidos, el dialogante natural del inglés, que representa la capacidad lingüística máxima del planeta, y cuyo dominio en tecnología y ciencia constituye una ventaja insuperable sobre todos los lenguajes del mundo.

 

Esto explica también el elogio a Puerto Rico. En Zacatecas, previo al predominio del ideologema del mestizaje, se lo había hecho con representaciones del pasado, es decir, de la defensa de la lengua frente al inglés: “No quiero dejar de saludar al pueblo de Puerto Rico, tal diligente en la conservación de nuestra lengua común”. Puerto Rico va a aparecer ahora, en Rosario, como el espacio idealizado de la convivencia y donde se muestra lo deseable para los hispanos —de Estados Unidos, en principio, pero por qué no del resto— de una identidad cultural en dos lenguas, el español y el inglés. En Valladolid, Enrique Iglesias lo anunciaba: “Las elites latinoamericanas se están socializando en el inglés como segunda lengua y en la condición americana como segunda cultura”. Ya habíamos señalado que la articulación español-portugués interesa menos; Brasil es sobre todo el espacio del negocio próximo (“En Brasil se necesitan 250.000 profesores de español y está pendiente de aprobarse una ley por la cual el español va a ser la segunda lengua en la enseñanza”, manifestaba en Rosario César Antonio Molina).

Del hecho, entonces, de que el español sea americano, con énfasis en su carácter norteamericano, se deriva su posibilidad de ser una lengua global al lado del inglés. En el suplemento de ABC (16/11), Fernando Lafuente afirma en una nota que tiene el sugerente título de “La Mancha atlántica”:

 

El español, por número de hablantes, es hoy una lengua americana. Incluso naciones como Estados Unidos superan en cifras mondas y lirondas a los hablantes de España. Esa sensibilidad hacia Iberoamérica, de extraordinario calado político […], permite advertir que ahora es posible afirmar que el español será, si no lo es ya, la segunda lengua de comunicación internacional: una lengua global.

 

El sucederse de los sintagmas lengua americana/hispanos de Estados Unidos/lengua internacional/lengua global muestra con gran claridad el proceso al que nos referíamos, reforzado por el título del suplemento: “El siglo XXI habla español”, en el que se presenta como evidencia la construcción ideológica que se ha hecho. En este proceso, el sintagma español internacional también ha sufrido una resemantización. De lengua neutra asociada a la expansión de los medios audiovisuales norteamericanos y negativamente connotada, se pasa a una lengua que homogeneiza el idioma, connotada positivamente y asociada a los medios de comunicación en español. En la revista de El País semanal (21/11) se anulan los viejos temores:

 

La globalización le conviene al español. Se ha adaptado a ese hábitat. Al ser una lengua muy mayoritaria, ha jugado bien su papel de poder. Es más, López Morales asegura que ha nacido ya el español globalizado. Surge cuando se trata de homogeneizar el idioma […] “El proceso se afianza cuando las variantes autóctonas se sustituyen por otras más generales, prestigiosas o útiles”, afirma Morales, un proceso que tiene protagonistas clave: medios de comunicación.

 

En su conferencia, Alfredo Bryce Echenique define el español internacional como “aquel que nace de un acuerdo, aunque sea tácito, para evitar las palabras distintas”. Y Federico Reyes Heroles va a decir que es aquel que “puede ser identificado desde muy diversas latitudes”. Ese español internacional será la base del español, lengua global.

Deberá dar un paso más para aproximarse al inglés: ocupar el espacio de la producción científica y tecnológica y de las finanzas. El rey, ya en el congreso de Valladolid señalaba: “El español se afianza en su condición de lengua cultural internacional: lengua de la industria, de la ciencia, del comercio y de la investigación”. En ese sentido, Portilla pedía una política de intelectualización de una lengua estandarizada. Y Hamel advertía en Rosario que, para que alcance el estatuto de lengua internacional, debía desarrollarse en los ámbitos de prestigio, relacionados con sectores dinámicos de desarrollo económico y tecnológico: “el comercio, internacional, la tecnología, las relaciones internacionales y la investigación científica y tecnológica, junto con el sector de la enseñanza superior”.

 

Conclusiones

 

La actual política de área idiomática requiere, entonces, para su eficacia apoyarse en representaciones que muevan, como es propio de los discursos persuasivos, es decir, que conmuevan y movilicen. Para ello apela, en el caso del español, a los ideologemas a los que nos hemos referido (“La lengua es la patria”, “Nuestra lengua es mestiza”, “El español es americano”), sensibles a los hispanoamericanos porque se anudan con su propia historia. Pero el universo de referencia ha cambiado gracias a operaciones discursivas que desterritorializan, despolitizan y desindigenizan y desplazan hacia el espacio estadounidense el futuro de la lengua: lo que interesa ahora es la relación con el inglés para avanzar sobre el planeta. Para que el español sea una lengua global debe interrogarse, particularmente, sobre ese vínculo, tema central aunque no explícito del Congreso de Rosario.

Sin embargo, el paso es vacilante porque la relación de fuerzas no está definida. Aunque, para algunos europeos, el imperio americano está llegando a su fin, para la mayoría se mantiene solidamente, de allí que domine la propuesta de aliarse. Para que esta alianza no debilite el espacio propio —o para ubicarse en buena posición si la negociación fracasa o Estados Unidos declina— se necesita exponer y reforzar el “activo” con el que se cuenta, función que cumple la política de área. Pero este es también un espacio donde se expresan intereses de distinto tipo que pueden conjugarse, tener sus diferencias u oponerse. Nos hemos referido a intereses que en esta etapa parecen tener la misma dirección: el de las transnacionales para regular lingüísticamente la comercialización de productos culturales, el de las empresas españolas para ubicarse en buena posición en la producción de bienes culturales en español, el del Estado español para sostener su posición en la Unión Europea como avanzada sobre Hispanoamérica, el de la Unión Europea para estructurar una alianza con Estados Unidos, cuyo objetivo primero sea América Latina aunque puede ser más ambicioso. En ese camino, la integración continental parece ser la llave del triunfo, de allí la exaltación del bilingüismo español-inglés. Pero como las situaciones son cambiantes, nada es definitivo. Depende —además del devenir de procesos globales complejos— de las políticas lingüísticas que se desplieguen en el área respondiendo a otros intereses. En el caso de América del Sur, si se quiere fortalecer el espacio, es evidente la necesidad de un bilingüismo español-portugués, cuyo entramado defensivo se haga en ciertas zonas más denso por su articulación con las lenguas aborígenes. Sin embargo, algunos gobiernos hispanoamericanos vacilan ahora entre la Unión Sudamericana y la Integración Continental, de allí la imposibilidad de elaborar políticas netas. Es por todo ello que, en la política de área en relación con el español, cuya importancia no podemos negar, su sentido histórico va a depender de procesos que exceden el espacio de la lengua. Creemos que los deslizamientos significativos a los que se han visto sometidos los sintagmas considerados ilustran ese dinamismo y exponen en el juego discursivo las actuales relaciones de fuerza.

 

Elvira Narvaja de Arnoux

Instituto de Lingüística

Universidad de Buenos Aires

 

 

Bibliografía citada

 

Angenot, Marc (1982), La parole pamphlétaire, Paris, Payot.

 

Arnoux, Elvira Narvaja de (2000), “La Glotopolítica: transformaciones de un campo disciplinario”, en Lenguajes: teorías y prácticas, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Secretaría de Educación, 95-109

       

— (2001), “Las gramáticas en la historia”, en: AA.VV., Lengua y gramática española, Buenos Aires, Fundación José Ortega y Gasset, Argentina, 17-26.

 

— (2002) “Las lenguas en las integraciones regionales”, Revista Interciclos, n.° 2 “Universidad, globalización y contraglobalización”, Publicaciones Ciclo Básico Común, Buenos Aires, 12-23.

 

— (2003), “Globalización e lingua. A colonización da lingua científica”, Viceversa 7, Vigo, Xerais, 155-170.

 

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Del Valle, José (2005), “La lengua, patria común: Política lingüística, política exterior y el post-nacionalismo hispánico”, en: Wright, Roger y Peter Richetts (eds.) Studies en Ibero-romance Linguistics dedicated to Ralph Penny, Juan de la Cuesta, Newark, Delaware, 391-415. Disponible en línea en: <http://miradassobrelalengua.blogia.com/2007/061102-jose-del-valle-la-lengua-patria-comun-politica-linguistica-politica-exterior-y-e.php>.

 

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Tönnies, F. (1977), Communauté et société: catégories fondamentales de la sociologie pure, París, Retz, CEPL.



[1] Las líneas generales de este artículo fueron presentadas en el “15. Deutscher Hispanistentag. Grenzen, Grenzkonstruktionen und Grenzüberschreitungen”, en Bremen (marzo, 2005). El título de la ponencia fue “Las políticas lingüísticas de áreas idiomáticas: el III Congreso de la Lengua Española”.

[2] Término introducido por Marc Angenot (1982: 179-182) para referirse a un tipo de “lugares communes” que integran los sistemas ideológicos. Son postulados o máximas que funcionan como presupuestos del discurso y que pueden realizarse o no en superficie. Los ideologemas que analizamos en nuestro trabajo pertenecen a lo que, en términos generales, podemos considerar la ideología nacional hispanoamericana.

[3] En Arnoux 2000 recorrí los idologemas que sostienen, en la historia reciente, la constitución del campo.

[4] José del Valle (2005: 399) propone esta definición: “Las ideologías lingüísticas son entendidas como sistemas de ideas que integran nociones generales del lenguaje, el habla o la comunicación con visiones y acciones concretas que afectan a la identidad lingüística de una determinada comunidad. El funcionamiento de estos sistemas de ideas se analiza siempre en el contexto de las estructuras sociales, relaciones de poder y actividades políticas y económicas relevantes para el colectivo humano estudiado”.

[5] José del Valle y Luis Gabriel Stheeman (2004: 246) señalan en relación con los acuerdos con esta empresa: “El 26 de julio de 2000, El País informaba que la multinacional española había aceptado darle quinientos millones de pesetas al Cervantes para la promoción de la lengua española en Internet. Esta generosa donación, sospechamos, algo tendrá que ver con el hecho de que Telefónica ‘controla una de cada cuatro líneas telefónicas en Latinoamérica (The Washington Post, 14/02/00). Aquí ganan todos. Gracias a la contribución de Telefónica, el Cervantes puede promover el crecimiento y protagonismo del español en Internet y consolidar así su prestigio internacional; gracias al Cervantes y su promoción del español como elemento constitutivo de la comunidad hispánica, Telefónica puede presentar su intervención en Latinoamérica como legítima”

[6] Este resalte, como los que aparecen en el resto del artículo, han sido realizados por mí.

[7] Es ilustradora al respecto la información que suministra Néstor García Canclini (1999: 15): “la industria editorial está organizada por empresas transnacionales, que agrupan sus catálogos y la distribución en regiones lingüísticas. Donde se ve más efectiva la globalización es en el mundo audiovisual: música, cine, televisión, informática están siendo reordenados, desde unas pocas empresas, para ser difundidos a todo el planeta”. El mismo autor afirma (García Canclini, 2004: 196) que “muchas discográficas de Argentina, México, Brasil, Colombia y Venezuela cierran y entregan sus catálogos a transnacionales con sede en Miami […] Desde la década de 1990, cinco empresas transnacionales se apropiaron del 96% del mercado mundial de música: EMI, Warner, Sony, Universal Polygram y Phillips”.

[8] A algunos aspectos de estas transformaciones me referí en: Arnoux, 2003.

 

[9] Hice su presentación en relación con la problemática de las gramáticas de área en: Arnoux, 2001.

 

 

[10] Son palabras de Juan Luis Cebrián en el congreso de Rosario.

[11] García Canclini (1999: 151) señala: “Por comunidad lingüística y de historia cultural, cuando a mediados de la década de los setenta [...] comenzó a favorecerse legalmente la inversión extranjera y decayeron las ventas en América Latina, fueron las empresas españolas las que comenzaron a apoderarse de la producción, no las estadounidenses. Luego, la dependencia latinoamericana se trasladó a otros países europeos cuando Mondadori compró Grijalbo, Planeta a Ariel y Seix Barral, Bertelsmann a Sudamericana”. Más adelante da los siguientes datos: “Argentina y México producen alrededor de 10.000 títulos por año, en tanto España supera los 60.000. La exportación de libros y revistas españoles generó 55.000 millones de pesetas, aproximadamente cuatro veces más que las exportaciones audiovisuales de toda América Latina en el mismo año”.

[12] Al comentar la ley que establece la obligatoriedad de ofrecer clases de español en los veinte mil institutos de enseñanza secundaria de Brasil, el presidente de la Comisión de Educación del Congreso, Carlos Abicalil, señaló: “La lengua española es de máxima importancia para Brasil, y la enseñanza de la misma favorecerá, además de los asuntos económicos, las relaciones culturales de Brasil con todos los países próximos, ya que somos el único de América que habla portugués” (ABC, 08/07/2005).

[13] García Canclini (1999) señala que “el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, aunque no incluyó específicamente el tema editorial, creó condiciones para que McGraw-Hill y Prentice Hall entraran al mercado mexicano con diccionarios, libros de texto de secundaria, para universidades, y otros de ‘superación personal’”.

[14] Citado por Del Valle y Stheeman (2004:230).

[15] Ernest Renan (1882) señala que el “principio espiritual” que constituye la nación reside en la “posesión en común de un rico legado de recuerdos” y en la “voluntad de conservar indivisa la herencia que se recibió”.

[16] La distinción que este establece entre “sociedad” y “comunidad” en su obra de 1887 (citada por la edición francesa de 1977) ha sido retomada por diversos autores, entre otros Otto Bauer (1978, 1° edición, 1908), para caracterizar a la nación.

[17] Edgar Morin (1987) se detiene en ese componente matri-patriótico de la ideología nacional.

[18] Adolfo Constela, en Rosario, cuestionó esta asimilación del “mestizaje racial al cultural”.

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Azazel Schmied -

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